martes, 13 de marzo de 2012

Feria del libro en Camagüey



El día cuatro del presente mes concluyó la XXI Feria internacional del libro Camagüey 2012. Debo decir, en sincero encomio, que la implementación de estas ferias ha sido una idea brillante de la dirección del país, en particular del Ministerio de cultura y, sobre todo, de ese apoyo que Abelito –así llamamos, cariñosamente, a nuestro ex ministro de cultura –tributó a las mismas. Es una idea digna de encomio y debo decirlo, no simplemente por complacer al amigo que me sugirió ser en ocasiones vocero de lo bien hecho, sino porque en realidad no solo de pan ha de vivir el hombre, como reza en la Biblia, sino también de la palabra de personas inteligentes que han dejado una herencia intelectual para el hombre del futuro a lo largo de la civilización humana.
Puedo asegurar que hay ideas positivas en creaciones gubernamentales muy dignas de elogio que debemos preservar. Ayer ocho de marzo, Día internacional de la mujer pasé por un lugar donde se reunían personas de la tercera edad y celebraban la fecha con pasteles y bebidas no alcohólicas. –¿Quiénes son? –pregunté, y me respondieron, entre versos y canciones, pertenecer a un Círculo de abuelos. Bella idea, loable razón de ser para esas personas que, a los ojos materialistas de muchos, ya nada tienen que hacer en la sociedad. A estos ancianos se les ofrece, de forma gratuita, un profesor de gimnasia que los ejercita corporalmente todos los días de la semana a determinada hora matutina. Es hermoso mirar aquellos rostros surcados por el tiempo pero con sonrisas de saludable complacencia, repetir ejercicios preservadores de su salud. De manera similar, la instauración de las Ferias de libros es altamente plausible y aquí lo reitero por enésima vez.
La dirección de la UNEAC en Camagüey ofreció su sede para conferencias, presentaciones y ventas de libros, actividades culturales relacionadas con el evento y, sobre todo, nos aseguró a cada escritor no menos de dos apariciones en público para promocionar nuestra obra y recibir una pequeña, pero oportuna remuneración económica que siempre viene bien a la hora de adquirir el plato fuerte.
La dirección de Cultura y el Instituto del libro se volcaron con todos los recursos disponibles y, con el auxilio de otras instituciones, garantizaron locales, transporte, personal de apoyo y convirtieron al centro del casco histórico de la ciudad en una vorágine de lectores deseosos de adquirir textos culturales. La calle Independencia permaneció cerrada al tránsito de vehículos para evitar eventuales accidentes en un área repleta de niños que o participaban en los juegos dirigidos del Parque Agramonte, o eran estudiantes rastreadores de El principito, Había una vez y El capitán tormenta, entre otros.
Sin embargo, ha quedado un vacío laudatorio en la población después del evento. Esta vez hasta los medios masivos, proclives siempre a resaltar el éxito cuando este no ha estado presente, resultaron críticos a la Feria, pues hubo directivos que declararon por la radio el déficit de libros: unos porque nunca iban a llegar y otros que se esperaban y nunca llegaron; algunos “desenchufes” de coordinación y otras cuestiones más de las que no tuve referencia. El pueblo opina –y para mí esa opinión callejera cuando se generaliza es la más válida –que la Feria fue un aborto cultural anémico, por faltar los más importantes volúmenes que el pueblo esperaba y porque el Programa teórico literario no tuvo la calidad de años anteriores. ¿Quién no compra, a pesar de los altos costos, un diccionario de la lengua española o un cuaderno de ortografía, no importa lo elemental que estos sean? ¿Dónde quedaron los manuales de cocina de otros eventos anteriores? ¿Qué se han hecho aquellos clásicos de la literatura universal que pululaban en los estanquillos y las librerías en los años sesenta y setenta? Y retomando la frase evangélica de que no solo de pan vive el hombre, ¿dónde hallar una Biblia en la Feria, ahora que estamos en la cercana espera de Benedicto XVI?
A mí en particular, la dirección de Ácana me asignó una presentación al menos. No he podido saber cuál equipo de dirección se encargó de proponerme para la presentación de la “Guía de béisbol 2012” en la sede del Instituto Superior de Cultura Física “Manuel Fajardo”: ¡Bien alejado de la ciudad y de lo literario! Pero no me di ni por aludido. Cuando llegó la hora de la presentación me informaron que el camión que venía desde La Habana cargado de libros, entre los que se encontraba el que yo debía presentar, no había arribado a la provincia. Un directivo amigo me pidió que no dejara caer la actividad porque en El Fajardo nos estaban esperando. Así que tuve la feliz idea de ir en busca de Miguel Cuevas a su casa y llevármelo en el carro que me asignaron para esa gestión.

Miguel Cuevas, emblemático jonronero de los años sesenta, ya retirado pero con una fortaleza física que nada tiene que ver con sus setenta y siete años, salvó la tarea. Nos esperaban con micrófonos y público reunido, aún sin almorzar ya pasada la una del mediodía. Expliqué a los allí reunidos la pifia sufrida y el carril “B” que hubo que tomar para no dejarlos plantados, y dejé al veterano campeón hacer de las suyas con el micrófono en la mano. Salvamos la operación y pude demostrar a los fariseos que, más que mala voluntad, lo que nos hace mejores son las ideas positivas capaces de soslayar zancadillas y desmembrar las cortinas de humo que nos intentan oscurecer.
No sé hasta qué punto he complacido al amigo partidario de los elogios en mi blog. Mirar las cosas desde la imparcialidad rara vez nos permite una cosecha pura de cuestiones buenas que celebrar. Pero pienso que sí, que lo encomiable es la copa. Si la copa es valiosa, solo nos falta eliminar el vino agrio que la rebosa, fregarla bien luego de haber echado el jugo amargo en la letrina y escanciar en ella el elixir que permanece olvidado en los barriles viejos, añejado en el roble del orden, la diligencia y la buena voluntad.

Pedro Armando Junco

No hay comentarios:

Publicar un comentario