martes, 29 de agosto de 2017

De regreso a mi selva

Luego de otro mes en Miami he retornado a mi país de origen: mi dulce Cuba, como diría la poetiza desterrada. He dejado allá un tesoro de amor tan vasto y colorido solo comparable con la ternura de mis hijas y mis nietos. ¿Quién osa decir que aquellos que se marcharon alguna vez se olvidaron de nosotros? ¿Quién puede atreverse a calificar a los cubanos de ultramar como apátridas y malvados? Aquellos que viven pasada la frontera del mar cargan en lo más tierno del espíritu la herida de la nostalgia patria, la añoranza por la tierra que los vio nacer, la ternura desinteresada para los que permanecemos en la Isla. ¡Convénzase el mundo de que la nación cubana es una sola: monolítica como el pueblo judío! Peca contra la cubanidad todo aquel que pretenda separarnos por la geografía o por la manera de pensar. Y he allí la razón por la que debemos trabajar: porque nunca se fraccione nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, nuestras creencias y nuestro amor filial. Traigo el pecho ahíto de esperanzas. Si medio siglo de ausencia y separación no ha podido romper los sagrados lazos de la familia y las amistades verdaderas, será muy difícil que esta segregación se prolongue. Saludo desde aquí a esa cordillera de primos selectos –imposibles de enumerar porque son muchos– que me acogieron con tanto regocijo; a esa montaña de amigos incondicionales que sonreían de felicidad al abrazarme, a ese promontorio de intelectuales con quienes compartí momentos inolvidables, personalmente o mediante Facebook. A todos mi insondable cariño y agradecimiento. Y mi reiteración de la esperanza de que muy pronto, entre Cuba y Miami se tienda el puente –no el puente virtual que muchos suponen, sino el literal y posible– que fracture el muro de agua del Estrecho y difumine la añoranza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario